miércoles, 13 de abril de 2016

Domingo Santos y Leiber (Parte II)

En la entrada de hoy sigo con la publicación del prólogo de Crónicas del Gran Tiempo de Domingo Santos. Tras hablarnos de la vida de Fritz Leiber y repasar su obra, nos centramos esta vez en la serie de la Guerra del Cambio y las circunstancias que le rodean.

Una vez más, agradezco a Juan José Aroz de Espiral Ciencia Ficción y a Domingo Santos por hacer posible esta trilogía de entradas.

¿Te perdiste la primera entrada? No hay problema, pincha aquí para leer la primera parte.

***

Y, por supuesto, está la serie de la Guerra del Cambio.

Escrita a lo largo de ocho años, de 1958 a 1965, inmediatamente después de su crisis de alcoholismo, la serie de la Guerra del Cambio es considerada como la obra más pura y personal de Leiber. Su acción no puede situarse en ningún tiempo determinado..., porque todo el tiempo es su escenario. Dos facciones «subterráneas» (y es el propio Leiber quien las califica así, puesto que en ningún momento las define ni las sitúa) libran una eterna guerra por la hegemonía en el universo. Los dos contendientes, las Arañas y las Serpientes, intentan conseguir que la ventaja de la guerra se decante a su favor yendo al pasado y modificando constantemente la historia para que encaje con sus intereses. Para conseguirlo, reclutan a los Dobles, gente que es arrancada de su línea de la vida poco antes de morir, bajo la oferta de seguir viviendo eternamente siempre que trabajen para la causa.

Ilustración de Nodel para el relato No Great Magic
aparecido en la revista Galaxy (diciembre 1963)

Expuesta así, la temática de la serie puede parecer original pero no excesivamente alambicada. Es el «toque Leiber» lo que le da su peculiaridad. Leiber no se preocupa en ningún momento de explicarnos los motivos de esa guerra, definirnos quiénes son los que luchan, cuáles son sus metas, ni siquiera las líneas generales de la contienda. No existe una gradación ni una continuidad en las distintas historias de la serie. De hecho, la guerra en sí no es más que un telón de fondo, un decorado común que sirve para hilvanar los relatos entre sí. Nunca sabremos qué persiguen las Arañas con su plateado símbolo del asterisco de ocho puntas, o las Serpientes con su yin-yang negro con los extremos abiertos. Sólo sabremos que en su eterna lucha recorren constantemente la historia de la Tierra y de otros planetas, buscando nuevos reclutas, realizando acciones transformadoras, luchando en los entretelones de una historia distinta. Lo que importa en las historias de Leiber son los diversos personajes que se ven envueltos, algunos a su pesar, otros marginalmente, en esa guerra. El entretejido de la guerra en sí va hilvanándose lentamente a través de los indicios, muchas veces leves, casi siempre apenas insinuados, que van apareciendo a lo largo de los relatos.

La historia más conocida de la serie, a medio camino entre la novela y el relato largo, es The Big Time (El Gran Tiempo, publicado en español por Ediciones Adiax), que ganó en 1958 el premio Hugo a la mejor novela de ciencia ficción del año. El Gran Tiempo es el epítome de toda la serie. Su acción transcurre en un escenario único, una especie de club de diversión y descanso, fantasmal e indefinido, situado en medio de ninguna parte, y atendido por un grupo de «chicas fantasma», que están allí para ofrecer el reposo del guerrero a los combatientes que son retirados de la lucha por un cierto tiempo a fin de que se repongan. En la novela, nada es explicado; todo va brotando a través de la propia acción, y es el lector quien tiene que ir hilvanando los distintos detalles dispersos para formar el conjunto. Y es precisamente esa aparente inconcreción dentro de la novela, en un marco estructurado y medido a la perfección, lo que le da su principal aliciente.

Como se lo da también al resto de los relatos que forman la serie de la Guerra del Cambio, y que ahora reunimos, por primera vez en español, en este volumen. Para mí, una de sus mayores virtudes es su variedad, dentro de lo que parecería tener que ser una monótona uniformidad temática. Cada una de las historias incluidas ofrece un aspecto de lo que es, en su conjunto, esta Guerra del Cambio, vista desde una periferia que nos permite ver no los árboles, sino el bosque. En Intenta cambiar el pasado, Leiber nos habla del reclutamiento de los soldados de la Guerra del Cambio, y de las dificultades que comporta el intentar cambiar algo que ya ha sucedido. Un escritorio lleno de chicas nos muestra la esencia de la que están formados esos Dobles, algo que es inherente a todos los seres humanos. La mañana de la condenación insiste en el tema del reclutamiento, y nos dice que alguien puede servir a dos bandos a la vez... aunque sea de la forma más inusual. El soldado más veterano nos introduce en la operativa de los soldados de la Guerra del Cambio, y en los peligros a que se ven expuestos. No es una gran magia nos presenta, con todo detalle, una operación de campaña dentro de la guerra temporal. Cuando soplan los vientos del cambio nos plantea un elemento nuevo: la existencia de resacas, de vientos, en esas alteraciones forzadas del tiempo. Movimiento de caballo, finalmente, nos ofrece un aspecto entre curioso y divertido de la lucha directa entre los agentes de las dos facciones en pugna, y constituye un digno colofón a esas crónicas, que no me atrevo a calificar de bélicas, aunque sí lo sean.

En este volumen, los relatos están ordenados en la forma señalada por el propio Leiber, una forma que él califica, sonriendo socarronamente, de «cronológica». Dentro de esta gradación «cronológica», Leiber sitúa El Gran Tiempo (que por obvias razones de extensión, y por hallarse disponible en el mercado español su edición castellana, no se incluye aquí) al principio de la serie, entre el primer relato, Intenta cambiar el pasado, y el segundo, Un escritorio lleno de chicas. Yo, por mi parte (y he descubierto que no soy el único en opinar lo mismo), lo sitúo más bien en quinto lugar, entre El soldado más veterano y No es una gran magia. Naturalmente, discutir esto con Leiber sería algo bizantino, de modo que nunca he pretendido hacerlo. De todos modos, conozco ya por anticipado cuál sería su respuesta: «Bueno, no importa, haz lo que quieras». En Brighton, hablando de los problemas que siempre surgen entre autores y editores, dejó caer una frase que considero dolorosamente antológica: «Los editores siempre tienen razón; si no, no pagan». Ante un tal pragmatismo, nada queda por decir.

...continuará...




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